Siempre he
comparado la vida como un árbol.
Hay personas de
raíces débiles que pueden ser arrancados en la menor tempestad. Hay unos de
ramas delgadas. Que no dan abrigo, ni sombra. Solo pasan por el mundo viviendo
para sí mismos y al final, mueren sin ser extrañados.
Hay árboles
pequeños de frutos dulces. Hay unos imponentes pero de frutos amargos.
Pero hay otros,
de raíces fuertes, que vemos desde arbustos convertirse en frondosos árboles,
de abundantes frutos. Sus ramas sirven para abrazar aves y ardillas mientras su
sombra da alegría al campesino descalzo, al millonario que se sienta a leer un
libro, al niño que roba una fruta o cuelga un columpio, los enamorados que
tallan un corazón. Estos árboles levantan sus ramas al cielo. Sufren en las
tempestades pero a la mañana siguiente sorprenden con su verdor. Sus flores dan
aroma sin preguntar quién eres, y sin distinciones hacen sonreír a quien los
necesite.
Siempre habrá
alguien que por envidia quiere cortarlos, y convertir en madera sus sueños.
Pero siempre se alejan solo dejando algunas cicatrices que dan enseñanzas y
madurez.
Este árbol no
crece solo. Necesita del viento del agua, de las hormigas. Necesita al sol cada
mañana y la nube de lluvia que aunque
gris refresca sus raíces.
El Hospital del
Niño, año tras año ve convertirse grandes árboles un grupo de médicos. Que entre
el cansancio, risas y sacrificios piensa que vivir ayudando a los niños es la
mejor manera de vivir. Ese grupo de jóvenes llenos de sueños sale del hospital
que los vio crecer, convertidos en profesionales, recordando al recorrer los
pasillos todos los momentos, los amigos y esa gran familia que te enseño, te
consoló, animó, corrigió toma muchas veces caminos distintos. Tus amigos, ahora
salen a enfrentar la dura sociedad, donde lejos del abrigo de nuestros
consejeros (jefe de residentes y de docencia) tienen que enfrentar sus propias
batallas.
Siempre recordaré
la última huelga médica. En la que funcionarios del hospital y residentes
caminamos bajo el sol y luego la lluvia. Estábamos cansados. Luego de terminar,
caminamos al hospital y al ver el edificio me pareció extraña la sensación de
haber llegado a casa. Eso es lo que será este hospital siempre en nuestro
corazón…un hogar.
Amigos, que hoy
terminan una etapa de su formación profesional. Sigan adelante, no se detengan.
Gracias por sus consejos, por sus abrazos cuando pase por momentos duros, por
la paciencia con que me enseñaron de forma fácil lo que aprendieron con
desvelos y sacrificios.
Solo les pido un
favor. Donde sea que dirijan sus ramas, lo alto que lleguen. Sean arboles de
amor, marquen la diferencia con una sonrisa, dando apoyo al que ve en ustedes
la persona que los puede ayudar con la personita que es el centro de la vida,
un hijo.
Pero sobre todo, no pierdan la humildad que
los caracteriza y donde sea que se dirijan, lo alto que lleguen. Siempre miren
hacia abajo y vean sus raíces, de donde vienen, el amor de su familia y de este
hospital que nos abrazó y formó. A los médicos, secretarias y nosotros que
seguimos sus pasos. Viéndonos en sus rostros con ilusión en próximos años pero
a la vez con la certeza que los extrañaremos.
No les desearé
suerte, porque la suerte no existe. Su capacidad y su corazón serán el viento
que hinchará sus velas hacia el éxito. No se detengan. El tiempo de llorar en
los baños y reír en los pasillos terminó. Hoy da frutos.
Hasta siempre
amigos.
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