sábado, 5 de mayo de 2012

JUICIO



Sentencia

     Caminé por el mar, pasé por debajo de una ballena mientras miles de manta rayas me daban sombra. Doblé a la derecha hasta pasar bordeando el arco iris despintado y las flores marchitas.

   Subí con dificultad la colina. En medio de la selva virgen, después del elefante el pasillo a la derecha.
Me quejaba del cansancio. De la vida y de la ausencia. De las grandes distancias.

   Después de unos minutos llegué a mi destino. El valle de lágrimas y risas angélicas. Donde la muerte juega con los niños a la casita y al té. Sufrimientos inmerecidos por sentencias dadas a la ligera, un severo juez que no perdona la inocencia. 

    Los abogados, que luchan contra ellos y ya se han resignado, la cadena perpetua ya esta dada. El castigo que tortura sin importar que el condenado haya cumplido apenas pocos años.
  
  Mantuve la mirada en el reo, ha sufrido más dolor en su corta vida que yo en todos estos abriles. Sin embargo no se queja. Sin embargo me sonríe. Y yo me nutro de su vida para querer vivir la mía. Le robo su inocencia, humildad y las guardo en un bolsillo y a pesar de eso sigo siendo libre.

 De forma desigual les regalo una sonrisa temblorosa y falsa con sabor a sal. Agacho la cabeza para esconder la mirada que se derrama. El cerebro busca en vano unas palabras de consuelo, la garganta enmudecida.

   Esa mirada se esfumará al dar la espalda. La sonrisa acallada rebotando en mi cabeza con ese eco que tortura.

   Al compás de una canción de cuna corro para escapar. La impotencia que invade el alma y se come tu tranquilidad.

   No vi el elefante, ni la selva, no vi el arco iris ni los peses, no estaba el mar. Solo estaban esos ojos clavados en  los míos, esa sonrisa... el sabor a sal.

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