Sentencia
Caminé por el mar, pasé por debajo de una
ballena mientras miles de manta rayas me daban sombra. Doblé a la derecha hasta
pasar bordeando el arco iris despintado y las flores marchitas.
Subí con dificultad la colina. En medio de
la selva virgen, después del elefante el pasillo a la derecha.
Me quejaba del cansancio. De la vida y de
la ausencia. De las grandes distancias.
Después de unos minutos llegué a mi
destino. El valle de lágrimas y risas angélicas. Donde la muerte juega con los
niños a la casita y al té. Sufrimientos inmerecidos por sentencias dadas a la
ligera, un severo juez que no perdona la inocencia.
Los abogados, que luchan contra ellos y ya
se han resignado, la cadena perpetua ya esta dada. El castigo que
tortura sin importar que el condenado haya cumplido apenas pocos años.
Mantuve la mirada en el reo, ha sufrido más
dolor en su corta vida que yo en todos estos abriles. Sin embargo no se queja. Sin
embargo me sonríe. Y yo me nutro de su vida para querer vivir la mía. Le robo
su inocencia, humildad y las guardo en un bolsillo y a pesar de eso sigo siendo
libre.
De forma
desigual les regalo una sonrisa temblorosa y falsa con sabor a sal. Agacho la
cabeza para esconder la mirada que se derrama. El cerebro busca en vano unas
palabras de consuelo, la garganta enmudecida.
Esa mirada se esfumará al dar la espalda. La
sonrisa acallada rebotando en mi cabeza con ese eco que tortura.
Al compás de una canción de cuna corro para
escapar. La impotencia que invade el alma y se come tu tranquilidad.
No vi el elefante, ni la selva, no vi el
arco iris ni los peses, no estaba el mar. Solo estaban esos ojos clavados en los míos, esa sonrisa... el sabor a sal.
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