La codiciada rubia estaba nuevamente siendo
observada por un macho en celo.
El, en la distancia anhelaba su cuerpo,
imaginaba sus manos rompiéndole la ropa mientras el cabello fragante a champo y
perfume caro rosaba su rostro sudado.
Ella estaba distante. Miraba por la ventana
con la vista fija en nada. Bebía a sorbos su café que había dejado de humear
hacía ya varios minutos. Para ella él era un mueble más de la cafetería, solo
era alguien más.
El intentaba leer su mente, hacerla suya. Presumirla
frente a sus amigos.
Ella solo quería escapar, dejar de hacerse
tantas preguntas sin respuesta y no pedir más explicaciones inexistentes a su
vida. No tratar de entender, solo aceptar, dejar correr. Regresaba por
instantes al café recordaba su bebida y luego escapaba nuevamente al interior
de sus sesos donde los recuerdos y el presente hacían estragos como un
torbellino.
Ella pagó el café.
El la vio marcharse.
Nunca la volvió a ver. ¿Qué hubiera pasado
si le hubiera expresado su deseo en ese instante? Ella estaba triste y
evidentemente sola. Pregunta con miles de respuestas mentirosas y sin sentido.
El instante es lo único que existe, no nos
pertenece nada, solo existe el sexo que le hizo mientras ella degustaba su café
frío, el adiós sin bienvenida. El anonimato que no permite buscar en la guía
telefónica ni en las redes sociales. Ver a la mujer que anhelas en una gran
ciudad, con miles de personas, destinado a tropezar con todos, una y otra vez
menos con ella... soñarla, hacerle el amor cada noche antes de cerrar los ojos
aferrado a la almohada. La calentura estúpida del que se ilusiona solo, de un
espejismo...de un holograma.
La triste historia de la cobardía humana,
sufrir por no avanzar o por querer desandar los caminos, sufrir por no querer
la vida o por un cáncer que te la quita, sufrir por vivir, por ser pobre, por
ser rico, sufrir por morir un poco cada día… no importa los motivos… igual es
sufrir.
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