Esta noche acudieron mil muertes a visitarme. El alma de los muchos que me han dejado y a pesar de ser fantasmas transparentes no sentí temor, sino más bien un profundo vacío y dolor.
Son los fantasmas de las mil muertes, de las risas que parieron para siempre. Las personas que no cumplieron sus hasta mañana. De los que no cumplieron los hasta siempre.
Me rodearon las mil miradas unas tristes otras muy alegres. Si bien es cierto que todas me observaban yo solo veía unos ojos firmemente.
Y de mil ojos solo unos entre todos me llenaban de dolor de ganas de ser uno de esos fantasmas que vagan por las noches entre las montañas, de los que mi abuela en las noches me contaba para que me durmiera y me potara bien.
Los mil fantasmas me recordaron personas que jamás pensé volver a ver, el anciano quejumbroso de la cama siete que miraba agonizar desde la sala de enfermería, fuente de impotencia y frustración. La doctora gorda del cuarto de urgencias, con su risa eterna y sus bromas, dos amigos de la secundaria, mis abuelos, el tío que fue como un padre, el amigo de la universidad que murió antes de tiempo. La señora a la que le hacía travesuras en la infancia y entre ellos la mirada fija de ella que se clava hasta en mis huesos.
Los mil fantasmas me rodean y me cuentan que la vida es corta que deje de pensar en pequeñeces que para eso la muerte eterna me espera pronto…pero están esos ojos…ese fantasma que no asusta sino que duele pues entre mil muertes la suya la llevo a cuestas desde hace ya varios años. Y aunque se y estoy consciente en que la vida es un renacer y una agonía donde siempre es mejor el tiempo pasado aunque cuando fue presente no nos lo parecía. Así de irónica es la vida y más aun es la muerte porque aunque nos bañemos en perfume todo el muerto hiede.
Ese fantasma me hunde, que me humilla. Se burla de mi dolor al verlo irse. Ese fantasma que materializa mi dolor...se esfuma, me deja atrás... y no le duele.
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