jueves, 15 de septiembre de 2011

El Faro



Tu mano aferrada a mi mano. Las huellas en la arena. Solos. 
El mundo observándonos detrás de las palmeras. El atardecer nos regala sus colores mientras sin rumbo vemos el infinito mar, colectando en los bolsillos algunos recuerdos.
Luego tu brazo rodeando mi cuerpo. El corazón exaltado.
El reloj imprudente marcando el tiempo.
El faro en su palpitar se enciende a lo lejos, el corazón envidioso baila al compas de su  luz y el viento. Luz que a la distancia guiará al marinero tal como en el mañana guiará hasta este momento nuestros recuerdos.
Retornar a la vida real después de caminar por el cielo, el silencio que atesora lo que gritamos por dentro.
 La arena en los pies acariciando los dedos. Las huellas que se borran gracias al viento la obra de arte que queda ante el paisaje, pasos que viajan juntos para luego separarse.
La roca que sirve de asiento a las piernas cansadas, Dios que nos  bendice con lo que alcanza la mirada. Como un millón de fotos  quedan impresas cada vez que pestañamos.
La brisa se lleva a pasear los remordimientos para luego devolverlos cuando sea momento. En este instante, en este preciso lapso de tiempo, después de muchas lecciones Dios acercó nuestros cuerpos. Sin pensar en lo que pasó o pasará dentro de un tiempo dejemos que los temores se ahoguen en la espuma.
 Que el rugido del mar nos llene de valor, mientras juntos esperamos a que se valla el sol.
 Dejemos que este instante como un artista pinta sus emociones quede en la galería de nuestros lastimados corazones como el instante en que las miradas nos llevaron juntos a volar hasta el horizonte, cruzando la roca contra la que mueren las olas, cruzando el faro intermitente, el mar infinito.
Dejemos que este instante sea inmortal pincelada por pincelada, tono a tono. Para cuando una duda o las lágrimas empañen la mirada podamos al cerrar los ojos estar nuevamente al final de las huellas en la arena, sentados en la misma roca observando el viejo faro, que nos cuenta historias de grandes marineros de aves migratorias, del mar y sus misterios.
 Dejemos que cada vez que nuestro cerebro se empreñe en razonar nos lleve a ese momento. Con los gritos de las aves, los susurros del viento, el mar embravecido y en nuestros labios…un beso.

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